La obra de Alfonso Mena
Osvaldo Sánchez
“Heard melodies are sweet, but those unheard are sweeter.”
El barco de guerra Téméraire es transportado a su último ancladero para ser desmantelado. Este título de un cuadro de Willam Jurner, de 1838, no sólo es útil para compendiar una obra grandiosa, también sirve de epígrafe a muchos pintores que, como Alfonso Mena, siguen empeñados en registrar ciertos límites -infernales o sagrados- de la visualidad. ¿Cómo llevar a su útimo ancladero la visión del acontecimiento? ¿Cómo desmantelar el espectáculo glorioso de una realidad y de un orden, convocando sus límites, hasta hacer de esa aniquilación un territorio posible? Limbos visuales rastreados en el humo del incendio o en la bruma del naufragio. Es la excelencia de Turner y el desvelo de Mena. Una visión inaudita ha de ser acarreada hacia su propia destrucción. Pintar así es el proceso de deconstruir, de transportar cada forma, cada canon, cada borde, hasta su último ancladero. La degradación de lo que, hasta un punto irreversible, reconocíamos como "lo real".
La identidad familiar con las cosas ha de ser pulverizada... a fin de destruir las asociaciones finitas con que la sociedad amortaja cada aspecto de nuestro entorno (Rothko). El objeto en la obra de Mena aparece como un residuo arqueológico. Sólo a través de esos restos de formas?reconocibles?, excavadas bajo capas y capas de materia pictórica, podemos constatar el proceso de destrucción que alimenta la obra. Tal destrucción es su único relato, tal vez precisamente debido a que Mena adora la pintura figurativa.
“La obra de Mena es una "pintura expresionista, emocional y abstracta" condicionada por la abstracción "lírica desarrollada con técnica, espíritu y acento poético propios". Además de otros aspectos, Teresa del Conde destacó el talento en el diseño de las obras de Mena y lo mencionó como pintor abstracto destacado luego de la Generación de la ruptura”.
— Raquel Tibol